¡Hola!
Hace unos días os hablaba del efecto Pigmalión y hoy quiero seguir haciéndolo, pero proyectándolo desde una perspectiva más social. Como recordaréis, este efecto tenía su origen en el mito de Pigmalión, quien se enamoró de una escultura que él mismo había creado y esta, tras la actuación de Afrodita, tomaría vida y se casaría con su creador. Para ampliar un poco más sobre ello os dejo clickando aquí toda la entrada anterior.
En el ámbito social, Pigmalión también ocupa un puesto. Y es que en todos los grupos sociales, desde los más grandes hasta los más pequeños, existen unas normas de comportamiento dependientes de la cultura a las que los individuos nos adaptamos. Estas imposiciones tienen distintos carácteres (jurídicas, religiosas, morales, sociales, convencionales) y todas ellas nos van moldeando de alguna forma. Desde que somos niños imitamos a nuestros padres o tutores e incluso en el aula aprendemos de nuestros profesores. Es por eso que muchas veces lo que hacen nuestros padres se convierte, en un primer momento de nuestro desarrollo, en nuestra forma de ser. Según vamos creciendo y nuestro círculo social se amplia, adquirimos un rol a partir de lo que los demás creen sobre nosotros, es decir, nos centramos en cumplir sus expectativas; somos lo que los demás quieren que seamos.
Y esto, en mi opinión, no es del todo positivo. Durante el transcurso de nuestra vida nos encontraremos con todo tipo de gente. Y, por tanto, habrá gente que quiera lo mejor para nosotros y nuestro desarrollo autónomo y gente que no; gente que, como hizo Pigmalión, solo quiere moldearnos a su gusto para acabar satisfaciendo sus expectativas y necesidades. Como seres humanos tenemos que descubrir nuestro propósito y conectar con nuestro verdadero yo, conocernos y experimentar para saber qué nos gusta y qué no y, sobretodo, tener la capacidad crítica para saber decir "no" cuando alguien nos solicita cambiar algo que no queremos cambiar.
Yo, de niño, siempre tomé a mi padre como referencia. Era, básicamente, una ampliación de él. Todo lo que le gustara a mi padre me gustaba a mí en consecuencia; cuando él veía un programa yo lo veía también. Él apoyaba al Real Madrid y yo lo apoyaba también. Incluso gestualmente. Si él se llevaba las manos a la espalda, yo lo hacía también. Sin embargo según fui creciendo y me fui desarrollando me di cuenta que mi forma de ser, mi "yo auténtico" era más similar al de mi madre. Respecto al aula, no recuerdo tener a un profesor específico como modelo, pero sí recuerdo fijarme en todos como modelos de conducta. Y no fue hasta mucho después que aprendí que son personas como cualquiera de nosotros. A día de hoy, estando en el segundo año de carrera y con algunos estudios previos ya finalizados, me parece un poco surrealista pensar que en un futuro cercano yo pueda ocupar ese papel y, aunque me hace muchísima ilusión, creo que debo procurar no modificar a los alumnos a mi gusto y fomentar en todo momento su autoconocimiento.
Para concluir, me gustaría recomendaros la visualización de la película musical Mi Bella Dama -protagonizada por Rex Harrison y Audrey Hepburn, ganadora de 8 premios Óscar, entre ellos el de mejor película- donde se puede ver de manera muy clara este efecto en un contexto social y didáctico. Os dejo el tráiler:
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